La aclamada pianista china Yuja Wang (Beijing, 1987), no deja indiferente a nadie y su irrupción en la escena mundial de la música clásica ha revolucionado pautas y tradiciones estáticas.
Reportaje de
Germà Arroyo
Yuja Wang (Beijing, 1987) podría haberse dedicado a la moda aunque afirma que le aburre tanto como buscar actualizaciones en su teléfono móvil. El azar, sin embargo, quiso que sus progenitores fueran músicos. Algo que facilitó que la niña de sus ojos, de madre bailarina y padre percusionista, no temiera al pentagrama ni a las corcheas. A los 6 años comienza su idilio con el piano y a los 7 la admiten en el prestigioso Conservatorio Central de Música de la capital china. Desde entonces ya no hay vuelta atrás. La pequeña Wang, un precoz torbellino de audacias, inicia una escalada por las 88 teclas de este instrumento que la lleva a ser la alumna más joven del festival de música en la capital de Canadá en la temporada 2005-2006 y, aún adolescente, entra en el Instituto de Música Curtis de Filadelfia donde se queda un lustro. Bajo la batuta de Gary Graffman, que la gradúa con 20 años, el mítico pianista destacará de ella su inteligencia y buen gusto.
Un gusto y un refinamiento exquisitos que Yuja Wang transporta a las salas de conciertos de todo el mundo. La mayor parte de los sesudos críticos le dedican encendidos elogios, o a veces no tanto, a su indumentaria. Unos vestidos que, como los acordes que exprime al piano, hacen arquear las cejas de unos sorprendidos espectadores no habituados al que podríamos calificar como ‘estilo Wang’. La moda, de nuevo, asoma por los poros de una artista sin complejos a la que le gusta dotar de una estética personal a su rompedora puesta en escena. Un atrevimiento que le ha reconocido el diseñador italiano Giorgio Armani quien la incluye en su exclusiva lista #SaySì, en la que figuran cinco mujeres que han luchado por alcanzar sus propios sueños.
Yuja Wang se da a conocer al mundo cuando, inesperadamente, reemplaza en el Concierto para piano número 1 de Tchaikovsky al solista programado en una serie de cuatro recitales en la ciudad norteamericana de Boston. La misión, casi imposible, era que el público olvidara a la titular prevista: nada menos que la sublime y consagrada pianista argentina Martha Argerich. Pero la intérprete china, casi una adolescente aún, no deja que sus menudas manos se encojan y sale al escenario dispuesta a ganarse al público. Lo consigue y, gracias a la superación de ese reto, comienza una década de éxitos imparable que hace que las mejores orquestas del mundo quieran incluirla en sus programas de mano y que los expertos se rindan a su talento.
Aunque no hace falta ser un experto para quedarse de piedra admirando los 90 segundos de ejecución del interludio orquestal El vuelo del moscardón, del compositor ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, que lleva a cabo la chica de los dedos veloces. El video de esta pieza breve en Internet supera los cinco millones de visualizaciones. Las manos de Yuja Wang desafían las leyes de la física y, como si estuvieran propulsadas por un motor, serpentean y se deslizan por el mostrador sonoro a velocidades ya difíciles para el ojo humano. Sus dedos barren el teclado sin contemplaciones ni dudas en un ejercicio de magia musical cercano al paroxismo. En ese largo minuto y medio no hay trampa ni cartón, solo una depurada técnica fruto de una constancia y perseverancia que aún no han conocido límites.
Agenda completa
A la joven Yuja Wang cual diva de la ópera, no le quedan días libres en su agenda durante el próximo año. Estrenó el calendario del pasado ejercicio en la ciudad que le vio nacer, Beijing, con los conciertos números 2 y 3 del húngaro Béla Bartók y con Lu Jia dirigiendo a la Orquesta Nacional China de las Artes Escénicas. La reciente, pero prestigiosa institución musical del país, decidió nombrarla como su artista residente para el periodo 2016-17. Lo justificó en que se había convertido, por méritos propios, en la primera mujer pianista de China en adquirir relevancia internacional. Yuja Wang agradeció complacida el reconocimiento en su vuelta a casa y expresó que era “una buena oportunidad para mostrar mi música junto con el increíble trabajo que hacen mis compañeros” en dicha orquesta.
Y el verano del 2016 tocó en Bogotá (Colombia) con su director favorito, el venezolano Gustavo Dudamel, quien movió su batuta para la Orquesta Simón Bolívar, una agrupación sinfónica que es una referencia musical no solo en Venezuela, donde se fundó hace casi 40 años, sino en toda Iberoamérica. La identificación entre ambos intérpretes trasciende la música. Ambos nacieron en la década de los años 80 del pasado siglo y ambos han roto costumbres y estereotipos en un mundo, el de la música clásica, que parece anclado en una tradicional rigidez. Sus ejecuciones conjuntas destilan química y una complicidad emocional que se transmite, como si de unas ondas invisibles se tratara, de la varilla del mediático Dudamel a los gráciles dedos de una Yuja Wang que llena de sentimientos la sala de audiciones. Además de con el venezolano, durante los últimos diez años de su carrera ha simultaneado partituras con maestros de orquesta tan preeminentes como Claudio Abbado, Daniel Barenboim, Valery Gergiev, Michael Tilson Thomas, Antonio Pappano, Charles Dutoit y Zubin Mehta.
A Yuja Wang le inquieta saber que tiene programados conciertos durante los próximos meses y no sabe qué piezas concretas ejecutará tal o cual día. Siente que aún está explorando sus capacidades y el repertorio musical que aún le resta por interpretar y quiere recorrer esa travesía junto al público, de una manera espontánea, improvisada a veces y, sobre todo, libre. El resto de su tiempo, y a pesar de su sincera naturalidad, actúa con rectitud y disciplina. Recuerda que su madre bailarina le enseñó a adoptar siempre una buena postura y que su padre percusionista le organizó el tiempo y el ritmo. Un tiempo que, como las teclas del piano al que doma, se le escapa entre los rápidos dedos de sus manos.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.
Número 42. Volumen III. Mayo de 2017.