Wang Wei (王维, 699-761 d.C.) fue un famoso poeta, músico, pintor y estadista de la dinastía Tang, en cuya obra poética destaca la contemplación silenciosa de la naturaleza como fuente del conocimiento de la esencia del propio ser.
Reportaje de
Agustin Alepuz
夏海明
Esta importante figura de la poesía china era originaria de Puzhou (蒲州), localidad que actualmente se la conoce con el nombre de Yongji (永济), y situada en lo que hoy en día es la provincia de Shanxi. De hecho, y pese a destacar por sus poemas, Wang Wei no se dedicó exclusivamente a la literatura, sino que también cultivó otras artes, como la pintura o la música, lo cual no era del todo inusual en aquella época, considerada de forma unánime como la Edad de Oro de la cultura china.
Tras servir durante años como funcionario en la corte de los emperadores Tang, el estallido de la rebelión de An Lushan y la pérdida de su cargo supusieron un cambio en la vida de Wang Wei. Fue encarcelado acusado de traición. Más tarde, y después de recuperar su cargo en la administración y llegar al puesto de ministro, abrazó la fe budista y se entregó a la contemplación. De este estilo de vida envuelto en la quietud nace la inspiración para sus composiciones, que recogen el lado más plástico de los paisajes y el sentido místico del silencio.
空山不见人, Kōng shān bù jiàn rén,
但闻人语响。 Dàn wén rén yǔ xiăng.
返景入深林, Făn jĭng rù shēn lín,
复照青苔上。 Fù zhào qīng tái shàng.
No se ve gente en este monte.
Sólo se oyen, lejos, voces.
La luz poniente entre las ramas.
El musgo la devuelve, verde.
[Traducción de Octavio Paz]
Este poema, titulado “Cercado de los ciervos” (鹿柴, Lù chái), es probablemente la obra más emblemática de Wang Wei, y posee varios de los rasgos que caracterizan su estilo, como la transmisión de una fuerte carga lírica a través de imágenes de la naturaleza cambiante. Esta composición está incluida en la recopilación “Poemas del río Wang” (辋川集, Wǎngchuān jí), formada por 20 composiciones de cuatro versos cada una, que a su vez están compuestos por cinco caracteres. David Hinton, uno de los traductores más importantes de la obra de Wang Wei al inglés, citado por Alejandro Pescador en su artículo “Octavio Paz y el budismo de Wang Wei” (2008), opina que este poema es el más famoso de este autor “porque constituye la más pura expresión del budismo zen que se encuentra en el núcleo de toda la poesía de Wang Wei”. En efecto, al leer este poema uno tiene la impresión de que no existe un sujeto claro, sino que la voz del hombre se pierde en la inmensidad de la naturaleza hasta disolverse, de modo similar a la desaparición del ego durante la meditación zen.
El influjo de la tradición budista es decisivo tanto en la obra como en la vida del poeta, que tras años de dedicación a la causa pública, inició una vida de retiro. El budismo había llegado a China durante la dinastía Han (206 a.C. – 220 d.C.), como resultado de los crecientes intercambios entre el Imperio Chino y las civilizaciones de Asia Central, lo que dio lugar a una sociedad cada vez más cosmopolita y avanzada gracias al flujo de mercancías y de ideas. Más tarde, en el clima de apertura al exterior que promovió el florecimiento de la cultura durante la dinastía Tang, los miembros de la aristocracia del momento se erigieron como los máximos patrocinadores de la cultura y la religión, lo cual a su vez propició un ambiente adecuado para que prosperaran las diferentes artes.
Coetáneo de otras importantes figuras de la poesía china como Li Bai (李白, 701–761) o Du Fu (杜甫, 712–770), Wang Wei vivió la época dorada de la lírica china, marcada por grandes dosis de sofisticación y exquisitez que llevaron a la poesía de aquella época a un nuevo nivel que sería recordado durante toda la historia china posterior. Sin embargo, no era tan sólo el grado de refinamiento de la poesía, sino también su estatus en la sociedad de la época: no había en aquel tiempo ninguna persona mínimamente culta que no estuviera versada en el arte poético y que no compusiera sus propias estrofas, incluso para asuntos tan mundanos como puede ser la comunicación diaria con amigos o compañeros de trabajo. La poesía, en cierto modo, era un arte que mantenía unida a la sociedad, y que desempeñaba el mismo papel de catalizador de las emociones que el que puede tener la música popular en la actualidad.
萋萋芳草春绿, Qī qī fāng căo chūn lǜ,
落落长松夏寒。 Luò luò cháng sōng xià hán.
牛羊自归村巷, Niú yáng zì guī cūn xiàng,
童稚不识衣冠。 Tóng zhì bù shí yī guān.
Densa y fragante, la hierba verdea en primavera.
Altos y umbrosos, los pinos refrescan en verano.
Bueyes y ovejas vuelven solos por la calle de la aldea.
Niños y mozos ignoran todo el birrete de mi atavío.
[Traducción de Anne-Hélène Suárez]
Una de las traducciones más recientes de los poemas de Wang Wei al español es la edición de Pilar González España de la obra “Poemas del río Wang” para la Editorial Trotta, de la cual merece la pena rescatar los siguientes versos:
文杏裁为梁, Wén xìng cái wéi liáng,
香茅结为宇。 Xiāng máo jié wéi yŭ.
不知栋里云, Bù zhī dòng lĭ yún,
去作人间雨。 Qù zuò rén jiān yŭ.
Un albaricoquero veteado
partido
forma el dintel.
Un montón de juncos perfumados
anudados
forman la techumbre.
Ignoro si esa nube
por el tejado entrecortado
se irá
para derramar su lluvia
entre los hombres.
[Traducción de Pilar González España]
Una de las cosas que más se mencionan al hablar de poesía china, y en la que se insiste en ediciones como la mencionada más arriba, es la dificultad para trasladar al español una lengua tan ambigua y llena de posibles interpretaciones como el chino clásico. No en vano, en lengua española contamos con varias traducciones distintas de las obras de Wang Wei, entre las que destacan las de J. Ignacio Preciado Ydoeta y Clara Janés (“Poemas del río Wang”, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 1999), Anne-Hélène Suárez (“99 cuartetos de Wang Wei y su círculo”, Editorial Pre-Textos, 2000) y Guillermo Dañino (“La montaña vacía”, Hiperión), además de la mencionada más arriba, las cuales difieren mucho entre sí.
Según indica Pilar González España en el prólogo, la traducción literal “no sólo perjudica extremadamente a la percepción que pueda tener el lector occidental de la lengua china, sino que, además, deforma completamente el mensaje, en este caso, poético. El lector chino, al leer un poema, va comprendiendo el significado del mismo a través de bloques semánticos, como ocurre con cualquier otra lengua occidental”. La traducción literal nunca es recomendable, pero en este caso no sólo es contraproducente, sino que es directamente imposible. Y no sólo por cuestiones formales como la rima o la métrica: el sentido mismo del poema queda mutilado en la traducción.
Traducir es, ante todo, interpretar. Por ello resulta muy ambicioso intentar encerrar el sinfín de posibilidades de un poema clásico chino. En ocasiones quizás valga más callar y dejar que fluya el silencio de las palabras en su lengua original, como nos enseñan los poemas de Wang Wei.