El templo Taiqing, situado bajo el pico Laojun en el monte Lao, al este de Qingdao, es el lugar ancestral del taoísmo y el más célebre de todos los de esta zona. Tres de sus cuatro lados están ocupados por montañas y el restante se abre a la embravecida bahía del mar Amarillo. Su peculiar emplazamiento geográfico hace que el misticismo que se respira de por sí en este famoso templo taoista se vea acrecentado.
Un reportaje de
Tan Huixin
谭惠心
Bajo la verde cubierta de pinos y cipreses, al final de un modesto camino zigzagueante, se halla el templo. Una vez traspasada su gran puerta de color bermellón, recibe al visitante una vaharada de aromático incienso y flota en sus oídos la añeja música de instrumentos rituales, que otorgan al lugar una peculiar espiritualidad. El complejo Taiqing consta de tres edificaciones independientes: el Salón de los Tres Mandatarios, el Salón de los Tres Puros y el Salón de los Tres Emperadores.
En el primero se veneran las figuras del mandatario del cielo, el mandatario de la tierra y el de las aguas, que representan respectivamente a los tres héroes tribales más influyentes de la historia de China: Yao, Shun y Yu. Mientras Yao estuvo al frente de su pueblo, el tiempo resultó favorable para las cosechas, así que se le veneró como “mandatario del cielo”. Bajo la guía de Shun no se produjeron calamidades naturales y, por ello, fue considerado “mandatario de la tierra”. Finalmente, Yu realizó grandes progresos a la hora de controlar los recursos hídricos, de modo que fue reconocido como “mandatario de las aguas”.
En el lado norte del Salón de los Tres Mandatarios se alza un árbol milenario, plantado según la leyenda por el famoso monje taoísta Li Zhexuan. Como su tronco se asemeja a la cabeza de un poderoso dragón, se le conoce como “olmo de la cabeza de dragón”. Junto a él hay una gran roca en la que aparece inscrito feng xian qiao, “el puente donde apareció el inmortal”, y justo después se alza el Salón de los Tres Puros. Cuando se cruza el umbral de la puerta principal del patio, las estatuas de los budas del interior del templo se muestran a la vista. Son los Tres Puros, los dioses supremos del taoísmo: el Venerable Celeste del Comienzo Original, el Venerable Celeste del Tesoro Sublime y el Venerable Celeste del Tao y su virtud. Mucha gente considera que este último Venerable Celeste es el que más se acerca al bien conocido Laozi. A ambos lados del templo hay olivos fragantes, y la austeridad del santuario contrasta con su gloria.
Por último, el Salón de los Tres Emperadores se comenzó a construir durante la dinastía Tang (618-907). En él se venera al emperador del cielo, Fuxi; al de la tierra, Shennong; y al de la gente, Xuanyuan, el llamado Emperador Amarillo. Todos ellos son los ascendientes del pueblo chino. La leyenda cuenta que Fuxi es el ancestro de la cultura: enseñó la caligrafía y a dibujar los ocho diagramas, instituyó el sistema matrimonial y adiestró en la pesca con red. Shennong es el creador chino de la farmacopea: probó toda clase de hierbas, sembró los cinco granos, inventó la agricultura y la medicina e instruyó en su uso. Xuanyuan es el patriarca de las capacidades técnicas: unificó a todas las tribus de China, mejoró los instrumentos de producción y dio un enorme impulso a la economía y la agricultura.
Hermoso panorama
El interior del templo Taiqing rebosa de viejos árboles y renombradas flores y por todos lados se pueden admirar ginkgos, peonías, o camelias. Entre ellas, destacan por su renombre las camelias blancas y rojas a ambos lados del Salón de los Tres Mandatarios.
Como centro de difusión del taoísmo más antiguo y de mayores dimensiones, este lugar ya mereció durante el periodo previo a la dinastía Qin, hace más de dos milenios, el sobrenombre de “la montaña de los inmortales sobre el mar”. Por ello, y desde tiempos remotos, ha habido numerosos maestros taoístas que han viajado hasta aquí para predicar y cultivarse o que incluso han decidido establecerse. Entre otros, se pueden citar a Zhang Lianfu (171 a.C.), considerado uno de los fundadores del templo.
El famoso literato de la dinastía Qing, Pu Sonling (1640-1715), residió dos veces en este templo donde escribió los relatos “El jade fragante” y “El monje taoísta del monte Lao”, incluidos en su libro Extrañas historias de un estudio chino. El segundo relato versa sobre un erudito llamado Wang Qi que sueña que es un inmortal, va al templo Taiqing a estudiar el taoísmo y aprende a atravesar paredes. Después regresa a casa y, olvidando la advertencia de su maestro de “no hacer nunca el mal”, recurre a sus malas artes para robar y cae finalmente víctima de su propio juego. La moraleja de esta historia sobrenatural es que todo aquel que emplee sus artimañas para obtener beneficios sin esfuerzo alguno no acabará bien parado, una idea que se encuentra también en el corazón del pensamiento taoísta. Por un lado, persigue tener una larga vida y, por otro, que hay que observar conscientemente la ética moral y emplear el castigo y la recompensa para hacer que los hombres se sometan a ellos.
Aún hoy en día es incesante la fragancia de sándalo en el recinto y, cada año, fieles y devotos acuden en gran número. Los monjes que allí habitan siguen vistiendo los mismos hábitos de antaño, una bata de color azul turquesa, mientras se dejan crecer las barbas y exhiben largos cabellos. Tocan la cítara frente al mar, juegan al ajedrez, o practican artes marciales taoístas, y estudian los clásicos de su canon. Cada día, con la brisa y la luna como compañeras, siguen una apacible y sencilla vida, imbuidos por los cuatro costados de esa búsqueda taoísta de los orígenes, ese acatamiento de las leyes naturales y ese cultivo de uno mismo que postulan los preceptos esenciales de este sistema de pensamiento y moral. Viajeros o fieles que se acercan hasta allí pueden alejarse del mundanal ruido y encontrar, de esta manera, la paz del espíritu dentro de los límites del tupido santuario.
Publicado originalmente en: Revista Instituto Confucio.
Número 57. Volumen VI. Noviembre de 2019.
Ver / descargar el número completo en PDF